- Nuestra
democracia está poniendo en evidencia, ahora quizá más que nuca, sus
contradicciones y su debilidad. No hay manera de poner de acuerdo a los líderes
políticos para la formación de un nuevo gobierno. Y en estos casos - ya se sabe
- se suele echar mano de la ambición de unos, de la incompetencia de otros o
del fanatismo de muchos, para llegar a donde hemos llegado: a esta especie de
callejón sin salida, que nos enfrenta a un futuro cada día más inseguro y más
incierto.
Sería una ingenuidad
ponerse aquí a ofrecer soluciones, en un asunto tan complicado y al que los muy
expertos no le encuentran fácil solución. Por lo demás, de sobra sabemos que el
"voluntarismo" o la "moralina" no sirven para mucho en
estos casos. Resolver, "por puños" o por decisiones (casi heroicas)
de "generosidad", situaciones en las que cada uno de los actores ve
que el problema está causado por la ambición de poder o de protagonismo que
tienen otros, es un asunto seguramente más difícil de resolver que todo cuanto
podamos imaginar.
Por esto yo me pregunto,
¿No sería necesario ir más al fondo del problema, a las raíces de esta
situación que estamos viviendo? Estamos soportando una de las dificultades
típicas que provoca el sistema democrático. La democracia de la que nos
sentimos satisfechos y orgullosos, como el sistema político más perfecto que,
hasta ahora, han inventado los ciudadanos de este mundo. Y es verdad que la
democracia es el sistema que, en principio al menos, mejor garantiza los derechos
y libertades de los ciudadanos que pueden gozar de los beneficios que tal
sistema suministra.
Pero lo que mucha gente
no advierte es que los derechos y libertades de la democracia no llegan a todos
los ciudadanos por igual. Y en esto - me parece a mí - está el nudo del
problema. La democracia, como es sabido, la inventaron los griegos. Pero
también sabemos que no todos los atenienses de la Antigua Grecia eran
considerados ciudadanos de pleno derecho. O sea, ciudadanos demócratas.
Ciudadanos, por tanto, con los mismos derechos y las mismas libertades. Ni las
mujeres, ni los esclavos podían participar en la toma de decisiones. Y lo más
terrible de este doloroso hecho es que, en su base fundamental y en su poder
destructivo, es un hecho que sigue en pie. Con todos los cambios legales y
camuflajes que sabemos y que hacen posible su pervivencia.
Pero la durísima realidad
es que, en España, en Europa, en el Mundo, las desigualdades en derechos y
libertades siguen adelante, haciendo así posible que sigan adelante también las
democracias, con sus "Estados de Derecho" y de bienestar, que
disfrutan satisfechos los que tienen la suerte (o la astucia) de ser los
beneficiarios del sistema democrático.
No nos engañemos. Por más
que a muchos les duela, el análisis marxista dio en el clavo al explicarnos que
las democracias han existido porque han existido esclavos que las han hecho
posibles. Una democracia sin productividad no se mantiene. Pero de sobra
sabemos que la productividad se mantiene en la medida en que hay mano de obra
barata. O sea, en la medida en que hay esclavitud. Por eso, para que haya
productividad, tiene que haber "recortes", es decir,
"esclavos" que se nos imponen desde Bruselas y de acuerdo con lo que
interesa a quienes mandan "de facto" en la UE. Así, tenemos
democracia, Estado de derecho, sociedad del bienestar. Todo eso, por supuesto,
a base de tener y soportar una buena dosis de esclavos.
Al decir esto, no
pretendo ni insinuar que tenemos que acabar con la democracia. Lo que tenemos
que hacer es gestionar la democracia de menara que no sean necesarios los
esclavos para mantenerla. Aquí y en esto es donde está la clave del problema.
Y, por lo tanto, la clave también de la solución.
El papa Francisco ha
dicho, en Polonia, que el caos de guerras, violencias e injusticias, que
estamos viviendo y soportando, sólo tiene una solución: "la
fraternidad". No sólo como criterio religioso o como proyecto moral. Esto,
por supuesto. Pero, sobre todo, la fraternidad en su sentido y en su alcance
total: la fraternidad como igualdad para todos y como libertad de todos.
El día que la
fraternidad, entendida y gestionada así, se imponga - y en la medida en que se
imponga así -, ese día empezaremos a ser verdaderamente demócratas. Y no nos
veremos de nuevo metidos en callejones sin salida. Como lo que tenemos ahora
mismo. En España, en la UE y en el Mundo.
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